¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

domingo, 8 de julio de 2012

A alguien que desconozco.



A veces le cuesta a uno no encontrarse mujeres en los puentes, la ausencia de noches blancas se vuelve insoportable, y entonces no queda otra que ahogar las penas en lo primero que se nos ponga delante, y si es un vaso de whisky mejor. Y a veces, en invierno sobre todo, y cuando hace mucho frío, hay días en que los colores se ven más fuertes, sobre todo el rojo. Y en el aire, junto con el rocío se siente una especie de infinitud. Y esa destrucción de los límites, y ese pensar que quizás ahora, en Varsovia una muchacha conoce al amor de su vida, le llevan a uno a caminar por ahí sin preguntarse a dónde, y a pensar si Varsovia no está muy lejos, y si esa muchacha no estará todavía esperando. Son días especiales, donde la lluvia no moja, pero el olor a cigarro mojado si llega. Donde los colectivos están llenos y una buena película es una compañía aceptable. Pero sin puentes, sin nieve, sin trineos, nada de rendez-vous y a la vuelta de la esquina sólo otro charco donde meter la pata si uno va mirando los colores de la calle, sobre todo el rojo, y no la calle propiamente dicha.

Lina metió media bota en el charco ese lunes, y eso que comenzar la semana mojándose los pies con dos grados centígrados de temperatura no es bueno. Pero se limitó a sacudir la cabeza y seguir caminando. Y así, mirando los árboles, y así un par de cuadras más adelante, resulta que vio su reflejo en un vidrio. El gorro de lana, el piloto azul marino que le quedaba un poco grande y apenas se separaba un poco del tobillo. Y más abajo la bota mojada. Le fue difícil contener esa carcajada y a mi me pareció encantador ver una muchacha riendo ante su propia imagen, cosa que siempre me ha parecido de lo más necesario en la vida de uno.

“Allá adelante, está la muerte”. (Instrucciones para dar cuerda al reloj, Julio Cortázar)

Hola. Hola. Vi que te reías. Sí, ya se. Ufa, esta parece ser una conversación infranqueable, ¿No? Puede ser, no es que sea mi intención. ¿Caminas? Si, es una de mis tantas habilidades. Siempre es bueno saberlo, ¿Caminamos? Está bien, después de todo parece que compartimos esa habilidad.

Y ahí, sin puente, sin nieve, ni trineos, sin inmensidades pero con infinitudes, podía encontrar yo algo. Y pensé en algo que había leído alguna vez no recuerdo dónde, pero parafraseando, decía más o menos así: “No son las cosas las que nos hacen felices, sino nuestra manera de verlas”.

- ¿A dónde vas?

- ¿Es esa una manera de empezar una conversación? – Contestó. Tenía las manos bien metidas en los bolsillos del abrigo.

- Bueno, lamento decirte que nuestra conversación ha empezado hace un rato.

- De hecho, pensaba más en eso como una especie de prólogo.

- Puede ser.

Me miró. En ese momento quise saber si ella disfrutaba tanto del silencio como yo mientras caminábamos y los vehículos pasaban fugaces al lado nuestro. Y aun así, yo sentía que éramos nosotros quienes íbamos más rápido.

- Hay días – Empecé – En que los colores parecen más fuertes, ¿No te parece? Sobre todo en invierno.

- No lo había pensado. Pero puede ser. Aunque, estamos en otoño todavía.

- ¿Otoño?

- Sí. Es 17 de Marzo. Creo que eso acaba con tu teoría.

- Bueno, era más bien una tesis. Había estado trabajando en ella un tiempo.

Ella rio.

- Lo siento mucho.

- Pasará.

- Aunque…

- ¿Aunque?

- Se podría decir que el rojo de hoy.

- Lo sé.

Caminamos unas cuadras más y ella se detuvo. Supongo que en ese momento muchas cosas se detenían, y no pude evitar pensar si en Varsovia también alguien se había detenido.

- Hasta aquí llego.

- Ha sido un placer.

- Lo ha sido.

- Adios.

- Adios.

La vi irse un tiempo, incluso después de que se fue. La vi irse en un bar más tarde, y luego, al llegar a mi casa y tirarme en la cama, la vi irse un rato más. Durante unos días la vi irse. Pero con el tiempo fue pasando, con el tiempo se iba cada vez menos (o más), hasta que supongo que se terminó de ir. Dejé de caminar. Escribo esto en verano, y ya los colores no son iguales, ni yo tampoco lo soy. Ya no camino tanto. Y hace unos meses que creo se fue. Pero aun no puedo evitar pensar algunas veces en lo que le sucede a esa chica en Varsovia. Si fue tan feliz como yo. Si hizo lo mismo. Si aun lo ve irse.