El doctor
dice que es una inflamación nomás, pero adivino en la cara de Luisa que para
ella es mucho más. En todo el camino al consultorio no me ha dirigido la
mirada, la tiene fija en el camino y de vez en cuando echa una ojeada al
retrovisor. Ella maneja y yo no. No sé, nunca aprendí y tampoco pienso hacerlo
ya pasados los cuarenta. Si de mí dependiese, no permitiría nunca que me lleve
al médico, pero el mocoso le contó que me quejaba de la oreja y el otro día
cuando vino a dejarlo a casa insistió. No puedo decirle que no a Luisa. Tiene
algo en los ojos que me hace actuar como un idiota, y entiéndase esta frase sin
ningún tipo de romanticismo barato de tarjeta de día de los enamorados. Si es
por algo que me dejó fue por actuar como un idiota, y desde luego que me
arrepiento de ello, pero si tuviera que hacerlo de nuevo haría todo igual, por
el simple hecho de que siempre hice lo que quería, en el momento en que quería.
De manera que me subió a su auto y cruzamos la ciudad para ir al médico. Luisa trae una campera de cuero. Nunca se la vi antes y nunca había usado una. Supongo que será la nueva Luisa, la que viene sin mí. Quizás la haga sentir autosuficiente o algo así, como si fuera algo normal para una mujer luego de un divorcio. Yo en mangas de camisa me quejé del aire acondicionado que había en el consultorio, pero parece que ella ni me escuchó, y si lo hizo mucho no le importó. Parecía su hijo, o peor, su mascota. Llevarme al médico de las narices. Sé que es una estupidez pero de todas formas tengo que hacerlo y no puedo evitar decirle si quiere tomar un café conmigo. Luisa mientras dobla por la avenida balbucea sobre un asunto que tiene pendiente y para el que ya llega tarde, yo le digo que para qué diablos me lleva al médico entonces y no me contesta. El médico dice que deje de usar hisopos, pero está loco si cree que voy a hacerlo. Yo le dije que si tuviese que dejarlos, tendría que empezar con el opio. Luisa no rio, el médico tampoco. Odio cuando no me contesta, esa condescendencia. Lo peor es que no reconoce que se acabó, su vida, digo. Que perdió los mejores años con un idiota como yo. Por suerte está el niño y es algo que tenemos en común, y de vez en cuando le va con el chisme de que me duelen las orejas y me lleva al médico. Así puedo verla un tiempo, a los ojos.