¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hisopos



  El doctor dice que es una inflamación nomás, pero adivino en la cara de Luisa que para ella es mucho más. En todo el camino al consultorio no me ha dirigido la mirada, la tiene fija en el camino y de vez en cuando echa una ojeada al retrovisor. Ella maneja y yo no. No sé, nunca aprendí y tampoco pienso hacerlo ya pasados los cuarenta. Si de mí dependiese, no permitiría nunca que me lleve al médico, pero el mocoso le contó que me quejaba de la oreja y el otro día cuando vino a dejarlo a casa insistió. No puedo decirle que no a Luisa. Tiene algo en los ojos que me hace actuar como un idiota, y entiéndase esta frase sin ningún tipo de romanticismo barato de tarjeta de día de los enamorados. Si es por algo que me dejó fue por actuar como un idiota, y desde luego que me arrepiento de ello, pero si tuviera que hacerlo de nuevo haría todo igual, por el simple hecho de que siempre hice lo que quería, en el momento en que quería.

 De manera que me subió a su auto y cruzamos la ciudad para ir al médico. Luisa trae una campera de cuero. Nunca se la vi antes y nunca había usado una. Supongo que será la nueva Luisa, la que viene sin mí. Quizás la haga sentir autosuficiente o algo así, como si fuera algo normal para una mujer luego de un divorcio. Yo en mangas de camisa me quejé del aire acondicionado que había en el consultorio, pero parece que ella ni me escuchó, y si lo hizo mucho no le importó. Parecía su hijo, o peor, su mascota. Llevarme al médico de las narices. Sé que es una estupidez pero de todas formas tengo que hacerlo y no puedo evitar decirle si quiere tomar un café conmigo. Luisa mientras dobla por la avenida balbucea sobre un asunto que tiene pendiente y para el que ya llega tarde, yo le digo que para qué diablos me lleva al médico entonces y no me contesta. El médico dice que deje de usar hisopos, pero está loco si cree que voy a hacerlo. Yo le dije que si tuviese que dejarlos, tendría que empezar con el opio. Luisa no rio, el médico tampoco. Odio cuando no me contesta, esa condescendencia. Lo peor es que no reconoce que se acabó, su vida, digo. Que perdió los mejores años con un idiota como yo. Por suerte está el niño y es algo que tenemos en común, y de vez en cuando le va con el chisme de que me duelen las orejas y me lleva al médico. Así puedo verla un tiempo, a los ojos. 

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