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Entonces, ¿Eso es lo que estás pensando,
no? Que esta ciudad no es para nada romántica.
Mario
dice eso mientras le sirve un vaso de cerveza a Ana. Mario y Ana rondan los
veintitantos. Mario trae una camisa a cuadros sobre una remera gastada. A
simple vista no parece para nada un hombre limpio.
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No, estoy diciendo que este pueblucho no
es para nada romántico.
Ana,
en cambio, es una mujer muy delicada. Es muy delgada, casi al punto que muestra
cierta fragilidad. Tiene los dedos finos y se aferra con ellos al vaso de
aluminio. Con su otra mano se toca el pelo. Mario está hablando mientras ha ido
a buscar maní o aceitunas para acompañar la cerveza a la cocina.
-
Te equivocás. – Mario entra trayendo un
pequeño platito con aceitunas. El platito es bordó, y tiene una grieta. Ana se
ha reído de la grieta y del platito, toda la precariedad de la casa de Mario le
causa un poco de gracia. Se ríe de lo que ella considera una declaración de
soltería e independencia malograda. Él no lo nota y ella dice que las aceitunas
están ricas mientras come una.
-
¿Así que me equivoco?
-
En efecto. Sé que esta ciudad no es la
mejor, quizás. Y que el calor, - Y ahora Mario señala al ventilador que está en
el piso. Es cuadrado, grande y muy feo. – e incluso la música que nos acompaña
en este momento, - En una casa que quizás esté al lado, quizás atrás, suena una
canción de cumbia. Se hace difícil identificar cuál es. – no sean lo que vos
considerás exactamente una bella nuit, mais,
mademoiselle, il faut regarder au-delà.
Ana
sonríe. Le encanta cuando Mario habla en francés, pero le encanta aún más el
hecho de que lo haga en un francés terrible. La cerveza se ha calentado
rápidamente en el vaso, y se le ha subido un poco a la cabeza, ahora lo mira a
él a los ojos. Los tiene negros y pequeños, con un diminuto brillo blanco.
Negros como el carbón. Sin embargo, él está demasiado metido en su argumento
para notar todo esto.
-
Detrás de la mala música, del calor
abrasador, de la gente hostil y vulgar, - Ahora Mario se ha parado y ha
caminado por el living mientras hablaba, como un orador. – se esconde una
ciudad totalmente nueva. Hermosa, cubierta de terrazas y flores. Y si prestás
atención olés el jazmín, y el calor no es tan malo cuando las personas hacen el
amor, y cuando llueve, cuando llueve y la lluvia golpea las brasas del
pavimento. Oh, Dios, sí que vale la pena vivir aquí che.
En
ese momento Ana iba a decir algo. No sabemos qué. Mario la interrumpe.
-
Pero si mi hábil oratoria, si mi noble
elocuencia no la conforman, doncella. Entonces déjeme contarle una historia.
Pero antes, - Y ahora Mario camina medio tambaleándose hacia la computadora y
prende unos grandes parlantes. – un poco de música.
La
canción es The man I love, es Ella la
que canta. Y mientras el piano suena tímido esperando la voz, el calor ya no se
siente tanto, una brisa fresca cruza la ventana abierta y mueve levemente el
pelo castaño de Ana, tan levemente que Mario no sabe si es cierto ese
movimiento, o producto de su imaginativa. Ella lo lleva corto, hasta los hombros.
Tiene el pelo fino y un poco ondulado. Los ojos son verdes y él siente frescura
al verlos. Ella se ha puesto un vestido verde también. Verde musgo que le llega
lento casi hasta las rodillas. Y un escote en el que él ha estado buscando toda
la noche. Buscando quién sabe qué. Y mientras la mujer canta, él se sienta.
-
Esto pasó. Realmente. Acá. En San Miguel
de Tucumán. O no. O quizás sea todo un invento, de todas formas, no importa.
Y
ella sin saber bien si es por la música, por la cerveza, o por los ojos de él,
se sumerge de lleno en la historia, poniendo una risa, mostrando los dientes,
apoyando la cara en la mano derecha. Con la izquierda todavía en el vaso.
Sintiendo las gotas caer por las paredes de aluminio.
Todo
empieza aquí cerca, pongamos que en calle tal entre tal y cual. No tiene
sentido aclarar que es de noche, pero lo haré de todas formas. Es una noche
normal, con estrellas y mucho calor, una noche de verano donde no hay nadie
afuera. Todos duermen ya y la luna no es excepcional ni poco menos. Sin embargo
un tipo, y digamos que se llama Juan, o Pedro, (Pero a Ana le gusta más que no
tenga nombre, así que no lo tiene) o simplemente un tipo ha tenido una mala
noche. Lo cierto es que no llegué a enterarme muy bien por qué, o qué le pasó,
pero es indudable que cuando lo ves caminar en la forma en que camina, con la
cabeza agachada y las manos en los bolsillos, arrastrando los pies, que ha
tenido una mala noche. Ahora, no sé bien qué nos lleva a nosotros los hombres a
caminar solos cuando estamos tristes o nos ha pasado algo, qué se yo. Pero nos
gusta caminar solos, y más de noche. No te rías, es serio. En fin, el tipo ha
estado caminando ya un par de cuadras, digamos unas seis cuadras y media,
cuando ve, en una casa vieja, no tan vieja como esta, una pequeña lucecita en
el techo. Confieso que una luz en un techo o terraza no es nada raro de noche,
por lo menos para mí, y corre igual para nuestro personaje, así que simplemente
la evita y sigue caminando. Son las cinco de la mañana o algo así y nadie anda
por ahí. Pero se da cuenta que es tarde cuando ve que un colectivo pasa por la
calle. Y cuando se da cuenta, no ha estado caminando. Se ha quedado a menos de
una cuadra de la lucecita. Al principio no le llama para nada la atención. Al
contrario, tiene sed, o hambre, no sabe bien. Pero es seguro que quiere entrar
a algún lugar y comprarse algo, pensando que quizás eso solucione lo que sea
que le angustie, aunque sea por un momento. Pero por más que mire hacia todos
lados no hay nada abierto todavía. Ya habrás visto que aquí las cosas no suelen
abrir ni muy tarde ni muy temprano. Como decía, cerca de donde está, mejor
dicho justo en la calle en donde está, que no es una calle sino más un
boulevard, sólo que en la platabanda están las vías del tren. Supongamos que no
hay un taxi cerca y se le han acabado las ganas de caminar y piensa que lo
mejor es volver a casa, que queda seguramente lejos, de otra forma no buscaría
un taxi. De modo que da media vuelta y vuelve sobre sus pasos acercándose al
centro. Ahora, quizás el centro no sea muy romántico con los vendedores de
películas grabadas en el cine o compilados de quinientos temas musicales, pero
a esta hora no hay casi nadie. Todo esto ni importa, porque nunca llega al
centro, porque, aunque estaba pensando en llegar al centro, que no estaba
lejos, digamos a tres o cuatro cuadras, se da cuenta que está parado justo bajo
la lucecita, y no sólo eso, se da cuenta que esa lucecita es un foco, y que es
azul. Sí, es azul. Es un foco azul chiquito que cuelga de un portalámparas
sostenido por un tubo de hierro. Ahora, comosellame, no tiene idea de por qué,
pero golpea la puerta de la casa en un acto impulsivo y espontáneo. Pero nadie
atiende. Como se da cuenta que ya son más de las cinco de la mañana no vuelve a
golpear. Pero se sienta en la vereda y comienza a tararear una canción. Luego
la canta. La canción, y esto sí importa, es Alma
de diamante, de Spinetta. Él la conoce y la canta. Y la escucha. Si, la
escucha desde arriba, desde la terraza. En la terraza, donde estaba el foquito,
está sonando la canción. Así que se levanta y mira a la terraza. Tiene tres
pilares de un metro más o menos, de cemento golpeado por la humedad, y rejas
azules en forma de flores. Podría decirte dónde es esa casa, o podría dejarte
con la duda, así, cuando la encontrés, si es que lo hacés, vas a poner la
sonrisa esa que estás poniendo justo ahora.
Ahora
mismo, Mario y Ana tienen ambos ganas de besarse, y hacer el amor en el piso
sucio de Mario. Pero serán pacientes e irán a la cama. La historia, sin
embargo, no la terminará. Así que es imposible para mí saber si pasó o no, si
sólo se la estaba inventando para conseguir un polvo. Lo que sí, escuché Alma de diamante por primera vez. Me
gustó, y a veces la canto cuando camino. Y sí, por ahí miro para arriba a ver
si me encuentro unas flores azules.
Me encanto!!!...cielo o piel, silencio o verdad sos alma de diamante!
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