¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

miércoles, 2 de enero de 2013

Flores azules




-          Entonces, ¿Eso es lo que estás pensando, no? Que esta ciudad no es para nada romántica.
Mario dice eso mientras le sirve un vaso de cerveza a Ana. Mario y Ana rondan los veintitantos. Mario trae una camisa a cuadros sobre una remera gastada. A simple vista no parece para nada un hombre limpio.
-          No, estoy diciendo que este pueblucho no es para nada romántico.
Ana, en cambio, es una mujer muy delicada. Es muy delgada, casi al punto que muestra cierta fragilidad. Tiene los dedos finos y se aferra con ellos al vaso de aluminio. Con su otra mano se toca el pelo. Mario está hablando mientras ha ido a buscar maní o aceitunas para acompañar la cerveza a la cocina.
-          Te equivocás. – Mario entra trayendo un pequeño platito con aceitunas. El platito es bordó, y tiene una grieta. Ana se ha reído de la grieta y del platito, toda la precariedad de la casa de Mario le causa un poco de gracia. Se ríe de lo que ella considera una declaración de soltería e independencia malograda. Él no lo nota y ella dice que las aceitunas están ricas mientras come una.
-          ¿Así que me equivoco?
-          En efecto. Sé que esta ciudad no es la mejor, quizás. Y que el calor, - Y ahora Mario señala al ventilador que está en el piso. Es cuadrado, grande y muy feo. – e incluso la música que nos acompaña en este momento, - En una casa que quizás esté al lado, quizás atrás, suena una canción de cumbia. Se hace difícil identificar cuál es. – no sean lo que vos considerás exactamente una bella nuit, mais, mademoiselle, il faut regarder au-delà.
Ana sonríe. Le encanta cuando Mario habla en francés, pero le encanta aún más el hecho de que lo haga en un francés terrible. La cerveza se ha calentado rápidamente en el vaso, y se le ha subido un poco a la cabeza, ahora lo mira a él a los ojos. Los tiene negros y pequeños, con un diminuto brillo blanco. Negros como el carbón. Sin embargo, él está demasiado metido en su argumento para notar todo esto.
-          Detrás de la mala música, del calor abrasador, de la gente hostil y vulgar, - Ahora Mario se ha parado y ha caminado por el living mientras hablaba, como un orador. – se esconde una ciudad totalmente nueva. Hermosa, cubierta de terrazas y flores. Y si prestás atención olés el jazmín, y el calor no es tan malo cuando las personas hacen el amor, y cuando llueve, cuando llueve y la lluvia golpea las brasas del pavimento. Oh, Dios, sí que vale la pena vivir aquí che.
En ese momento Ana iba a decir algo. No sabemos qué. Mario la interrumpe.
-          Pero si mi hábil oratoria, si mi noble elocuencia no la conforman, doncella. Entonces déjeme contarle una historia. Pero antes, - Y ahora Mario camina medio tambaleándose hacia la computadora y prende unos grandes parlantes. – un poco de música.
La canción es The man I love, es Ella la que canta. Y mientras el piano suena tímido esperando la voz, el calor ya no se siente tanto, una brisa fresca cruza la ventana abierta y mueve levemente el pelo castaño de Ana, tan levemente que Mario no sabe si es cierto ese movimiento, o producto de su imaginativa. Ella lo lleva corto, hasta los hombros. Tiene el pelo fino y un poco ondulado. Los ojos son verdes y él siente frescura al verlos. Ella se ha puesto un vestido verde también. Verde musgo que le llega lento casi hasta las rodillas. Y un escote en el que él ha estado buscando toda la noche. Buscando quién sabe qué. Y mientras la mujer canta, él se sienta.
-          Esto pasó. Realmente. Acá. En San Miguel de Tucumán. O no. O quizás sea todo un invento, de todas formas, no importa.
Y ella sin saber bien si es por la música, por la cerveza, o por los ojos de él, se sumerge de lleno en la historia, poniendo una risa, mostrando los dientes, apoyando la cara en la mano derecha. Con la izquierda todavía en el vaso. Sintiendo las gotas caer por las paredes de aluminio.

Todo empieza aquí cerca, pongamos que en calle tal entre tal y cual. No tiene sentido aclarar que es de noche, pero lo haré de todas formas. Es una noche normal, con estrellas y mucho calor, una noche de verano donde no hay nadie afuera. Todos duermen ya y la luna no es excepcional ni poco menos. Sin embargo un tipo, y digamos que se llama Juan, o Pedro, (Pero a Ana le gusta más que no tenga nombre, así que no lo tiene) o simplemente un tipo ha tenido una mala noche. Lo cierto es que no llegué a enterarme muy bien por qué, o qué le pasó, pero es indudable que cuando lo ves caminar en la forma en que camina, con la cabeza agachada y las manos en los bolsillos, arrastrando los pies, que ha tenido una mala noche. Ahora, no sé bien qué nos lleva a nosotros los hombres a caminar solos cuando estamos tristes o nos ha pasado algo, qué se yo. Pero nos gusta caminar solos, y más de noche. No te rías, es serio. En fin, el tipo ha estado caminando ya un par de cuadras, digamos unas seis cuadras y media, cuando ve, en una casa vieja, no tan vieja como esta, una pequeña lucecita en el techo. Confieso que una luz en un techo o terraza no es nada raro de noche, por lo menos para mí, y corre igual para nuestro personaje, así que simplemente la evita y sigue caminando. Son las cinco de la mañana o algo así y nadie anda por ahí. Pero se da cuenta que es tarde cuando ve que un colectivo pasa por la calle. Y cuando se da cuenta, no ha estado caminando. Se ha quedado a menos de una cuadra de la lucecita. Al principio no le llama para nada la atención. Al contrario, tiene sed, o hambre, no sabe bien. Pero es seguro que quiere entrar a algún lugar y comprarse algo, pensando que quizás eso solucione lo que sea que le angustie, aunque sea por un momento. Pero por más que mire hacia todos lados no hay nada abierto todavía. Ya habrás visto que aquí las cosas no suelen abrir ni muy tarde ni muy temprano. Como decía, cerca de donde está, mejor dicho justo en la calle en donde está, que no es una calle sino más un boulevard, sólo que en la platabanda están las vías del tren. Supongamos que no hay un taxi cerca y se le han acabado las ganas de caminar y piensa que lo mejor es volver a casa, que queda seguramente lejos, de otra forma no buscaría un taxi. De modo que da media vuelta y vuelve sobre sus pasos acercándose al centro. Ahora, quizás el centro no sea muy romántico con los vendedores de películas grabadas en el cine o compilados de quinientos temas musicales, pero a esta hora no hay casi nadie. Todo esto ni importa, porque nunca llega al centro, porque, aunque estaba pensando en llegar al centro, que no estaba lejos, digamos a tres o cuatro cuadras, se da cuenta que está parado justo bajo la lucecita, y no sólo eso, se da cuenta que esa lucecita es un foco, y que es azul. Sí, es azul. Es un foco azul chiquito que cuelga de un portalámparas sostenido por un tubo de hierro. Ahora, comosellame, no tiene idea de por qué, pero golpea la puerta de la casa en un acto impulsivo y espontáneo. Pero nadie atiende. Como se da cuenta que ya son más de las cinco de la mañana no vuelve a golpear. Pero se sienta en la vereda y comienza a tararear una canción. Luego la canta. La canción, y esto sí importa, es Alma de diamante, de Spinetta. Él la conoce y la canta. Y la escucha. Si, la escucha desde arriba, desde la terraza. En la terraza, donde estaba el foquito, está sonando la canción. Así que se levanta y mira a la terraza. Tiene tres pilares de un metro más o menos, de cemento golpeado por la humedad, y rejas azules en forma de flores. Podría decirte dónde es esa casa, o podría dejarte con la duda, así, cuando la encontrés, si es que lo hacés, vas a poner la sonrisa esa que estás poniendo justo ahora.

Ahora mismo, Mario y Ana tienen ambos ganas de besarse, y hacer el amor en el piso sucio de Mario. Pero serán pacientes e irán a la cama. La historia, sin embargo, no la terminará. Así que es imposible para mí saber si pasó o no, si sólo se la estaba inventando para conseguir un polvo. Lo que sí, escuché Alma de diamante por primera vez. Me gustó, y a veces la canto cuando camino. Y sí, por ahí miro para arriba a ver si me encuentro unas flores azules. 

1 comentario:

  1. Me encanto!!!...cielo o piel, silencio o verdad sos alma de diamante!

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