¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

viernes, 20 de enero de 2012

Burlar a la muerte.

Una mañana, descansando bajo la falda de un gomero, me encontré a la parca. Se acercó amablemente y preguntó por mí. Le dije que no tenía idea de mi paradero, que estaba viajando por todo el mundo, pero que lejos estaba de ese lugar.
Hoy, más de quinientos años después, casi totalmente inmóvil y con un aspecto horroroso, me pregunto si me seguirá buscando, o si ya ha olvidado dicho episodio y, espero que no, nunca me encuentre.

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