- Yo no
amo a las mujeres. – Me dijo sin mirarme. De golpe, como si nada, semejante
frase cruza veloz la silla vacía que está entre nosotros. Yo, aún atónito, lo miro.
Pero él no. Él, con la vista en una revista, tan displicente, con las piernas
cruzadas, cambia la página y luego le da un pequeño tirón a su bigote.
- ¿Perdón?
¿Qué dijo? – Contesté. Yo sí lo escuché. Incluso podría asegurarlo que él lo
sabe. Lo observé detenidamente. Los zapatos lustrados, el pantalón negro y la
camisa blanca. El saco en el regazo, el bigote cano y el cabello
estratégicamente desparramado.
- Le
decía – Levanta la vista para mirarme a los ojos – Que yo no amo a las mujeres.
Mi cara
debió de haberle dicho lo que se me cruzaba por la cabeza, porque al instante
soltó una risa y se levantó para sentarse a mi lado, al tiempo que dejaba la
revista sobre su saco, en la silla ahora vacía.
- Perdón, ha debido usted malinterpretarme –
Me dijo con una sonrisa de esas en las que uno puede descubrir, tras la
simpatía, cierta perspicacia, hasta el punto de considerarla maligna. – No se
haga usted ideas equivocadas. A mí me gustan mucho las mujeres, es sólo que no
las amo.
- No – Respondí, tratando de permanecer lo más
calmo posible. – Perdone usted, no me hice esas ideas. Nada más que su frase,
dicha así como así, sin reparos, me ha dejado boquiabierto, y eso me ha hecho
darme cuenta que, hasta este preciso momento, he considerado totalmente
inconcebible la idea de no amar a una mujer. De hecho la mía está ahí, en el
consultorio del médico.
- Lo sé – Dijo enrulándose el bigote, con
cierta satisfacción. – Lo cierto es que lo he estado observando, y es por eso
que he decidido hablarle.
Yo, por
supuesto, me encontraba absorto ante tal personaje. Así que no atine a decir
más que lo obvio.
- ¿Y qué es lo que ha observado usted?
Pareció
contentarse al ver que le seguía el juego. Porque luego de soltar una risita contestó.
– Pues lo que usted ha dicho, que su
mujer ha entrado al consultorio, pero usted no.
Me
recliné en la silla con un aire de victoria. El tipo, que hasta antes de abrir
la boca por última vez, me intimidaba completamente, ahora había resultado ser
lo que al principio me había parecido lo más probable: un don nadie con más
ganas de charla que personas con las cuales hacerlo.
- Eso no quiere decir que yo no ame a mi mujer
– Contesté mirándolo duramente a los ojos – Sólo que no siento lo mismo por los
médicos. En lo particular, me provocan cierto malestar.
Al
principio creí haberlo ofendido o algo, porque inmediatamente se salió de su
personaje, y se inclino hacia mí.
- Perdone usted, querido amigo. Pero no quiero
que piense que por mi cabeza ha cruzado tal idea. – Luego retomó su postura
original. – Como le dije, le he estado observando. Sé que ama a su mujer, no habría
que ser muy perspicaz para darse cuenta de eso. Es por eso mismo que he
decidido hablarle.
Los
roles habían cambiado. Este hombre que me miraba, como inspeccionando cada
facción de mi cara, sin poder contener su sonrisa, que ahora me resultaba
desagradable, no resultaba ser un idiota, o por lo menos yo ya no pensaba eso.
A lo mejor era un loco. Un orate, y quizás aparte de la dermatóloga de mi mujer
había aquí algún psiquiatra.
Todo
esto cruzó mi mente en un segundo, porque para cuando volvía a prestarle
atención me di cuenta que esperaba de mi parte una respuesta. De nuevo, no tuve
tiempo para pensar en algo inteligente que decir.
- No entiendo – Dije mientras me daba cuenta
que ahora yo sonaba como un idiota – ¿Usted ha decidido hablarme, porque sabe
que yo amo a mi mujer?
- Pero veo que es usted un hombre que va
directo al punto – Sonrió descaradamente. –Exacto caballero. Yo he notado que
es usted un hombre enamorado, ¡Y quién no lo sería si tuviese a su lado una
mujer como la suya! Esto último lo digo desde mi más profunda admiración, y
desde luego, con todo respeto. Pero, y, lamentablemente siempre hay peros,
quizás sea lo obvio de su situación, lo que la convierte en algo tan aterrador.
Creo que
al principio no quería admitirlo, pero era imposible no hacerlo.
Definitivamente, este tipo que vestía y hablaba elegante había captado toda mi
atención.
- ¿Usted habla del hecho de que yo esté
enamorado de mi mujer, con la que me casé hace ya poco más de dos años, como
algo aterrador?
- Lo es, mi querido amigo. – Me sentí un poco
ofendido cuando se inclinó hacia mí, como consolándome. – Pero digame, ¿Quién
no ha estado profunda y locamente enamorado de una bella mujer? – Reflexionó un
instante, sólo un instante – Ah, ahora veo. Es el carácter universal de la
cuestión lo que la hace tan amena, también.
No sólo
había logrado irritarme, sino que ya me había impacientado.
- Espere usted un momento –Repliqué. – ¿Usted ve
al amor como algo aterrador? ¿Es que tiene miedo de enamorarse de una buena
mujer acaso? ¿Compartir una vida de alegrías, y, lógicamente, también
tristezas? Pero al mismo tiempo lo ve como algo ameno. Digame, ¿No es eso un
tanto contradictorio?
Al
momento que terminé de hablar lo miré, justo como él lo hacía conmigo. Estaba
conforme con mi respuesta, y ahora le tocaba intentar arreglar las
incoherencias que había dicho. Sin embargo, no se enojó ni se ofendió. Su
reacción fue casi infantil. Abrió los ojos y la boca, y me miró sorprendido.
- Amigo – Me dijo con una exaltación que
manifestaba tomandome fuertemente el brazo – Es usted un genio, un filósofo, un
perfecto conocedor de la mente humana.
Aclaro a
cualquiera que lea esto, que si hubiese notado una mínima intención de
sarcasmo, no hubiera dudado ni un segundo en decirle a este caballero sus
verdades, y quién sabe qué más. Sin embargo, sus halagos hacia mí parecían ser
completamente honestos e inocentes.
- Usted ha hecho darme cuenta de algo que yo,
hasta el momento, ignoraba – Siguió. – El amor, como usted dice, es, además de
aterrador y ameno, total y absolutamente contradictorio.
Me quedé
sin palabras. Había despertado tal asombro en mí, como parecían haberlo hecho
sobre él mis palabras. Me di cuenta, ya que siguió con toda naturalidad, que no
había reparado en mi expresión.
- Pero no crea que sólo repito sus palabras, y
que las he malgastado, sin aprovecharlas como es debido. He sacado mis propias
conclusiones, las cuales seguro un hombre de su genio, las debe conocer.
En ese
momento, miró al frente y comenzó a mover sus manos al tiempo que hablaba, como
si en vez de una mesa ratona llena de revistas, se encontrase un anfiteatro
repleto de estudiantes deseosos de escucharlo. No atiné a más que a pensar que
seguramente estaba en lo correcto al afirmar que era un loco. Seguro estaba ya
de que era un megalómano. Un maniático obsesionado con su persona, y con
hacerse escuchar.
- He aquí que yo he dicho que el amor se nos
presenta a nosotros los hombres como algo ameno y aterrador, y usted, en un
segundo, ha concluido que esto le da de inmediato un carácter contradictorio.
Pero no son estas sus únicas cualidades. Hay miles. Y esto es lo que he
descubierto, gracias a usted desde luego. – Cuando dijo esto último me miró – Y,
lo que hasta entonces pensaba, se ha abierto y ensanchado, y ahora, le repito
que todo se lo debo a usted, no tengo un par, sino miles de argumentos para mi
rechazo al amor. Ahora, puedo decirle más firme y seguro que nunca que yo no
amo a las mujeres.
Quise
hablar, pero era demasiado tarde. Estaba dando rienda suelta a su charla,
seguro sin importarle si yo le escuchaba o no.
- Verá – Comenzó – Como le he dicho al
principio y hace unos instantes se lo he repetido, yo no amo a las mujeres. Sin
embargo confieso que me gustan y me atraen, tanto por su físico y virtudes como
por su bondad y nobleza. Sin embargo, querido amigo, esto no quiere decir que
deposite en ellas todas mis esperanzas de alcanzar la felicidad.
Al
pronunciar esa la palabra, la que seguro significaba mucho para él, se recostó
en su silla, calmo.
- La felicidad – Repitió con un tono poético.
¿Era aquel loco un poeta? – La felicidad amigo, yo la he conocido. Tantas veces
– Me miró a los ojos – No crea que no he sufrido, llorado, maldecido. Pero he
sonreído muchas veces más de las que he hecho todas esas cosas. He sido un
hombre muy feliz, y pienso seguir siéndolo, no se preocupe. Y puedo asegurarle
que no ha sido gracias al amor de una mujer, y al mío hacia una de ellas. Desde
luego soy un hombre, y muchas me han hecho feliz. Pero supongo que a usted le
alegra comer tarta de chocolate, y sin embargo no la ama, ni la lleva a vivir a
su casa ¿Verdad? – Al decir esto último sonrió – Las palabras son engañosas,
así que procuro usarlas con exactitud. Le repito, me gustan las mujeres, pero
no las amo. Si no tendría que amar los valles, a las mascotas, un buen plato de
pasta, un automóvil veloz. Amaría a los toboganes y a los libros de Poe. Me
casaría con Bach y viviría toda mi vida en las galápagos. Se lo aseguro
compañero, ese lugar es maravilloso. Pero sin embargo mi amigo, he conocido
muchas mujeres, he andado por muchos valles, tenido varias mascotas, comido
todo tipo de comidas, me he movido en todo tipo de vehículos. Me he columpiado,
y de seguro que no he leído tan solo a Poe, ni escuchado nada más que a Bach.
No, no – Dijo mientras hacía un gesto con la mano – El amor no lo es todo. No
lo es nada en realidad. Hace años que he depositado todas mis esperanzas de
alcanzar la felicidad en mí mismo. He encontrado en mi interior a todas las
mujeres que jamás podré conocer. Me he enamorado de mí mismo, sin pecar de un
narcisismo extremo, ni de una desconfianza a los demás seres, pues los amo. Y
de seguro, algún día me casaré, y viviré, no sé si por siempre, pero por mucho
tiempo con una misma mujer. Sólo que todo mi amor será para mí, y una cascada
me hará tan feliz como ella. ¡Qué afortunado soy! –Exclamó mientras se paraba
para ponerse el saco.
- Recuerde – Dijo mientras se dirigía hacia la
puerta – Quiero a los hombres, por eso hago algo por ellos, y por eso he
decidido hablarle. Es usted una buena persona y no quisiera verle afligido.
Hasta luego mi amigo, ojalá la vida se digne a cruzarme de nuevo en su vida, y
ojalá le vea más contento y menos preocupado que hoy. Hasta luego.
La
puerta se cerró tras de él. Yo no había logrado decir nada. Mi mujer salió del
consultorio. Tenía que pagarle a la doctora. Ese sujeto sí que estaba loco, pensé
mientras me levantaba para sacar mi billetera.
Me encanto Ber. Más de lo que me gustó quizá es que me vino como anillo al dedo. Gracias, está bueno que tengas un blog. :)
ResponderEliminarEy! Gracias por leer, me alegro que te haya gustado, y gracias por comentar! Después seguiré subiendo cosas =D
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