¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

sábado, 28 de enero de 2012

Sin título II

El cuerpo de Héctor yace en el sofá del living, pero su mente no. Está, seguro paseando por otros lugares, diferentes realidades, otros momentos, disfrutando en otros universos, observando un paisaje bello, viendo una puesta de sol o un hermoso amanecer, olfateando tulipanes, margaritas, rosas, lirios y lavanda, o tal vez el olor a pan recién horneado, el perfume de una bella mujer, degustando festines y bebiendo un buen vino, oyendo dulces melodías, o el simple sonido que implica la quietud y tranquilidad de un arroyo, sintiendo en su rostro la suave brisa de primavera y el escaso calor que provoca sobre uno el sol en esa época del año. Pero no es primavera, o al menos no según el calendario que cuelga en la puerta, no según la estufa prendida y tampoco según los árboles, que afuera, sin hojas parecen rendirse sin luchar ante el ciclo de su vida. La vida, su ciclo, piensa Héctor, el sabe que se va a morir y mientras se moja el dedo para cambiar la página del libro que lee se pregunta que tiene de raro que él sepa que se va a morir, todos lo saben, o al menos es bastante obvio, pero, sin embargo, lo tortura. Al lado, el teléfono, ese frío y maldito aparato que no hace más que condenar a las personas a charlar sin mirarse a los ojos cuando hablan, y si, claro, ¿Qué tiene de extraño que el sepa que se va a morir?, no fue raro cuando se lo dijeron ni como se lo dijeron. Recuerda el frio del estetoscopio alejándose suavemente de su espalda, el apretón de manos con el médico segundos después de escuchar la lamentable noticia, la expresión de este, en un intento fallido de cierta empatía imposible de sentir por parte de alguien que ve morir gente todos los días. Héctor sonrió, pensó de nuevo en los arboles, él, desde luego, no era un árbol, no se rendía, impotente, ante el ciclo de la vida. No, él definitivamente no quería morir, ahora no. Había tantas cosas por hacer, lugares por visitar, flores por cortar y mujeres por descubrir. Héctor nunca había amado a nadie, o si? Pensó… lo había hecho? Quizás la abismal distancia temporal entre aquellos momentos de plenitud y esta nueva era caracterizada por su cuerpo en el sillón había eliminado todo tipo de enlace en sus recuerdos. Volvió a sonreír, claro que había amado, y mucho. De sus ojos cayó una lágrima, solo una, al acordarse de aquella tarde en Madrid. Ella era hermosa. Demasiado quizás, el siempre se burlaba de ello, la verdad es que le asustaba un poco que sea tan bella. Quizás porque él no lo era tanto. Ella quería ser actriz, el no tenía la más puta idea de lo que quería. Sólo sabía que la quería a ella. Obviamente como todo amor fugaz terminó. Ella se fue y de su belleza sólo quedó un recuerdo, un pañuelo de seda y una carta que Héctor tenía guardados en un cofre, que reposaba calmo ahora sobre su regazo. Pensó, quizás por un segundo en abrirlo, en leer aquella carta, en confirmar, que el perfume seguía, obviamente cada vez más débil, en aquel pañuelo, esfumándose lentamente como el recuerdo que le unía a aquella mujer. Vuelve a mirar a los árboles, es poca la gente que transita la calle en la que vive ahora, quizás el frio los mantenga en sus casas, quizás todos estén como él, recordando, añorando, en vez de disfrutar de una tarde de otoño. Se inclina por la primera opción, mientras un impulso lo hace levantarse y servirse un vaso de Cognac mientras se decide a vivir. Quiere amar, quiere ser amado, quiere conocer, experimentar, sentir, en fin quiere vivir. A fin de cuentas, que importa que se esté por morir. No es un árbol, puede luchar. Tal vez pueda irse, esa misma noche, viajar, conocer, amar, odiar, ser amado, ser odiado, temer, en fin: vivir. Tal vez, tal vez lo hubiese hecho si no fuera porque ni si quiera llegó a tomar el cognac. Quizás si el vaso no hubiese caído, al mismo tiempo que su cuerpo sobre la alfombra lo hubiese hecho. Y en fin, que tiene de raro que Héctor sepa que se va a morir, todos lo sabemos.

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