¿Quién dijo que a las palabras se las lleva el viento? ¿Acaso no pueden aferrarse a uno, desesperadas ante el temor de morir en el olvido? ¿Perdurar para siempre en un alma que no tiene a qué más acudir? A lo mejor fue algún idiota empírico, algún científico, que, desesperado ante la idea de la fama y el reconocimiento, afirmo, sin equivocarse, que las ondas sonoras se desparraman por el aire, y, al rato de ellas no queda nada. Pero de ahí, a que a las palabras se las lleva el viento hay una eternidad. Hay palabras y palabras, eso sí. Pero por lo menos en mí, algunas datan ya de mucho tiempo de ser oídas, y no va a haber tifón capaz de mandarlas de viaje.

viernes, 20 de enero de 2012

Primer cuento subido.

 Hola, qué tal. Creo este espacio (Blog) con el fin de publicar aquí textos que he escrito y escribiré si mi vida continúa, que supongo, por un tiempo, lo hará. Voy a subir aquí principalmente cuentos cortos, que es lo que me gusta escribir. 


 Supongo que sin más preámbulos, dejo aquí un cuento escrito el año pasado. La verdad, tiene muchos títulos, o ninguno. No se que tanto puedo decir sobre él, mas que lo escribí de madrugada y de un tirón. A veces me río y a veces me entristece un poco. (tampoco la boludés) 


 Espero que lo disfruten. 


 PD: Contento recibiré sugerencias para el título.




Cuento con muchos títulos.




Él la mira a la muerte a los ojos. O por lo menos eso piensa. Lo que pasa es que en realidad, cuando uno la mira a la muerte no la mira, sino que se mira a sí mismo. La muerte, aquella imponente figura que nadie vio, es un espejo que invita a una reflexión interna. Y ahora, esa imponente figura está sentada frente a él en el silloncito del living.

El piensa, piensa y no hace o dice nada, hace ya unos minutos que llegó, y desde entonces está en el mismo lugar, acomodada perfetamente en el sillón púrpura que con sus brazos la acoge casi maternalmente, con lo maternal que puede ser un sillón. Él, sin embargo, está preocupado. En un principio porque piensa que normalmente el proceso debe ser rápido, siempre creyó que cuando la parca llegaba no se sentaba en un silloncito frente a uno a mirarlo, casi incómodamente. Pero en realidad lo que le preocupa es su falta de precaución. Correr así a abrir la puerta, cuando uno sabe que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina... Todos sabemos que la parca, si no es invitada a entrar por el anfitrión no lo hace, y termina uno muriendo en un edificio público, o Dios no quiera, en medio de la calle.

En su interior maldice. Pensar que hace instantes yacía en la cama, exaltado ante el primer volumen de las obras completas de Byron que acababa de comprar. Sin embargo, apenas sonó la puerta, salió corriendo a abrir sin preguntar si quiera quien estaba al otro lado. Cuando podría haber sido la muerte o la tía Martina que pasaba por ahí sólo para criticarle y decirle lo mal que había hecho en venirse a Buenos Aires sólo. Quizás para escapar un poco de su consternación ríe y agradece que no fue la tía Martina.

Pero el salió corriendo porque esperaba otra cosa. Una cabellera rubia, larga, cayendo sobre pequeños hombros. Ojos verdes como la naturaleza misma y esa sonrisa tímida, presa de los labios color carmesí del mismo color que los zapatitos de punta que veía si miraba hacia abajo. Pero no, ni pelo, ni hombros, ni ojos, ni sonrisa,ni labios, ni zapatitos. Sólo una fugura de inframundo a la cual miraba ya hace una media hora y todavia no había podido ver. El se iba a morir, definitivamente, pero eso no era lo peor, le hubiese gustado despedirse de Luisa, llevarla al cine, acariciar su cabello, y verla alejarse por la esquina de Rivadavia, ver los zapatitos rojos en punta y no a la muerte sentada frente a él, a la que no tiene ganas de recibir.

Ahora, ya con los lamentos y arrepentimientos dejados atrás, se convierte casi repentinamente en un hombre, un caballero, y decide afrontar la situación, piensa en hablar con la muerte. Pero qué decir. Quizás un comentario de excusa por el desorden de la habitación sirva para romper el hielo, le haría un cumplido, pero eso es imposible debido a que no puede verla. Qué decir...

La muerte lo mira a él, piensa, hace rato ya que está pensando y no sabe qué hacer. Se maldice y maldice su buen corazón. Se levanta y pasa al lado de él, llega al mueblecito y sirve dos vasos de escocés, se bebe el suyo y se sirve otro. Al volver a su asiento le entrega uno a él, y apenas se sienta, se bebe el suyo. Qué decir... Quizás un cumplido por el orden de la habitación sirva para romper el hielo. La muerte está realmente atónita, por primera vez que no sabe que decir, y, si sigue ahí, sentada en el sillón lo va a confundir más todavía. Mejor decir todo de una vez, levantarse, agradecerle a él por su hospitalidad, decirle que Luisa falleció a la mañana y le pidió por favor que le avisara a él, explicarle que no pudo resistirse al pedido de esos tristes ojos verdes.

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